lunes, 10 de mayo de 2010

Atardecer de un sàbado agitado.

No se pierdan esta experiencia de los amigos de V. Urquiza. Un ejemplo.

Viene de Senegal. O de Costa del Marfil. Acà no distinguimos demasiado. Ni
preguntamos las razones y las formas en que sus huesos vinieron a dar a
Buenos Aires. En todo caso, viene de algun vago lugar del Africa profunda.
Tiene un nombre que, de entrada, nos parece impronunciable y,
naturalmente, es negro. LLegò hace ya màs de dos años y, desde entonces,
vende bijouterie dorada en la esquina de Monroe y Dìaz Colodrero, a la
salida del supermercado Coto. Lxs vecinxs estàn habituados a su presencia;
varixs son sus clientxs. Los chicos del quiosco de enfrente le guardan la
mesita en la que exhibe su mercaderìa al fin de la jornada laboral. A
pesar de cierta dificultad con un idioma duro y ajeno, el negro y su
mesita de bijouterie barata se integran al ajetreado paisaje del centro
comercial de Villa Urquiza.

Buenos Aires, sin embargo, no es el mejor lugar si uno es joven y pobre,
negro por añadidura. Y menos las calles de Villa Urquiza, comuna 12, campo
de experimentaciò n de la nueva Policìa Metropolitana, el ùltimo engendro
represivo del macrismo. Hace un par de meses merodean por el barrio en
vistosos vehìculos de lìnea futurista. Su funciòn especìfica no termina de
quedar clara, su eficacia en la represiòn del delito se desconoce, como
tambièn se desconoce la porciòn del presupuesto pùblico que se llevan sus
autos, sus motos y sus sueldos. Lo que empieza a dejar de ser desconocido
son los prontuarios de algunos de sus jefes. Para què. Nacidos de las
ambiciones presidenciales de Mauricio Macri, parecen ser portadores de la
maldiciòn del Fino Palacios, el malogrado jefe hoy preso.

Cuando, alertadxs por una compañera de la asamblea, llegamos a la esquina
de Monroe y Dìaz Colodrero el negro se aferraba a su mercaderìa, en tanto
una veintena de vecinxs se aferraba al negro o se interponìa entre èl y
dos oficiales de la nueva policìa que pretendìan detenerlo y secuestrar
sus cosas, alegando la violaciòn de alguno de sus reglamentos para pobres.
Los policìas intentaban dar explicaciones, del mejor modo posible, a
vecinxs poco dispuestxs a escuchar nada acerca de hechos que se explican
por sì mismos. Es que ni la pàtina de buenos modos, ni la apelaciòn a
legalidades, ni la gastada excusa de "la orden de la fiscal" y la
obediencia debida, pueden ocultar el racismo y la injusticia bàsica del
pretendido procedimiento. Acà se evidencia en que consisten las "polìticas
de seguridad" concebidas por los funcionarios de turno.
Y, como se sabe, el fervor es contagioso y cada vez son màs lxs vecinxs
que, con sus bolsas de supermercado, se acercan a curiosear y terminan
solidarizàndose con el negro e increpando a los policìas. Ya hay como
cincuenta personas amontonadas en la esquina y el tumulto es inocultable.
Tambièn hay una abogada, que les explica a los oficiales el abc de la
constituciòn y los derechos humanos. En la calle, un patrullero de luces
futuristas parado en doble fila, contribuye al caos general del atardecer
del sàbado.
Aumenta el nùmero de vecinxs indignadxs y vociferantes. El negro està
mudo, aferrado a su valijita, la vista clavada en el suelo. LLegan tres
patrulleros de la Policìa Federal, pero su dotaciòn se limita a bajar de
los mòviles y a contemplar, a distancia, la situaciòn. Hacen comentarios y
se rìen. Ostensiblemente, no hacen ningùn esfuerzo en disimular la
satisfacciòn que les produce ver a sus colegas metropolitanos en apuros.
Los metropolitanos, por su parte, tardan en comprender que perdieron la
partida pero, finalmente, comprenden. Rodeados por una multitud que
aumenta, parecen entender la inutilidad de sus uniformes y se reducen a su
dimensiòn de ratas, de pulgas, de amebas. Sòlo les resta buscar una
retirada digna. O como se pueda. Y se van, entre gritos y aplausos
generalizados.
Es el turno de la federal. El policìa que se presenta està vestido de
civil. Es es subcomisario de la 39, con jurisdicciòn sobre la esquina.
Està de acuerdo con los vecinos, garantiza la seguridad y el lugar de
trabajo del negro, ofrece el nùmero de su celular para que lo llamemos
ante cualquier problema. "Nosotros somos la policìa de siempre", explica
con aire bonachòn. ¡Ah, bueno! Ahora estoy màs tranquilo.

Estamos contentos cuando volvemos a la asamblea. Escucho que, atràs mìo,alguien dice: "Al final, no todos son tan fachos en Villa Urquiza".

No hay comentarios:

Publicar un comentario